Por Mario Hernández
Hoy que la casa de la pareja presidencial mexicana, la que se ubica en Loma Gorda, suscita cualquier cantidad de tinta, emociones y saliva, pues la adquisición del inmueble es vinculada a relaciones del poder político con intereses de una empresa constructora, viene al punto la siguiente anécdota que en días pasados compartió el Diputado Constituyente, Alberto Villanueva Sansores, durante una entrevista realizada por el autor de esta columna:
“Eran dos curas en un seminario. Al salir les dan su curato. A uno lo mandan a un lugar distante, muy pobre. Con el transcurso de los años, cuando se entera que a su compañero sacerdote lo acaban de nombrar Obispo, va a besarle la mano…
Aquel, de sotana jodida y chancletas, va a ver a su amigo Obispo. Este lo recibe y la garantiza:
-Pide lo que quieras, estoy para ayudarte.
Ante el exhorto, suplica:
-Sácame de ese pinche pueblo. Mira cómo estoy. Allí la gente es bien pobre. Estoy amolado. Voy a entrar a viejo y no tengo ni con qué morir.
El obispo, su amigo, le aconseja:
-Edifica, hijo; edifica.
Replica el otro:
-¡Qué voy a edificar, si la gente no tiene dinero!
Pero el obispo insiste:
-Edifica, edifica…
Doce meses después, el sacerdote vuelve con sotana nueva y cruz de oro.
Al verlo, el obispo exclama:
-Oye, te veo próspero, lo cual me da mucho gusto.
Su amigo explica, a manera de justificación:
-Fíjate que en el pueblo apareció un santito, muy milagroso, y ya le estoy haciendo su iglesita”.
Al terminar la narración, Villanueva Sansores se despide con una experiencia suya, como para establecer situaciones:
—Yo de chamaco iba a misa y al final siempre el padre decía: ‘Les recuerdo que hay un saco especial para las obras de la iglesia’. Pero yo no veía que la iglesia creciera. (Columna Fe de erratas; Mario Hernández)