Nicolás Lizama
En Chetumal perdimos las esquinas. Donde antes había casas cuyos dueños presumían de que era fácil ubicarlos, hoy se yerguen Oxxos, gasolineras y todo tipo de farmacias.
Donde antes había patios en que crecían naranjos y limoneros, hoy hay cemento, anaqueles, vitrinas y una caja registradora que suena y suena durante noche y día.
Donde antes se escuchaba el ladrido de un perro, hoy se escucha el sonido de los carros de los clientes que llegan, hacen sus compras y se retiran nuevamente.
La realidad es que en la ciudad hemos perdido muchas cosas. La tranquilidad, por ejemplo, fue lo primero que desapareció para siempre. Luego se nos fueron yendo muchas cosas.
Poco a poco fuimos viendo como nuestro entorno fue cambiando. Antes olíamos el perfume del naranjo en flor; hoy la gasolina que despachan a escasos metros de lo que antes fue nuestro hogar, muy dulce hogar, es lo que se nos impregna en las narices.
De un tiempo para acá, pareciera que muchos han venido a Chetumal a restregarnos en la cara su dinero.
Se construyen negocios en fracciones de segundos, ante el asombro de quienes antiguamente fueron los más potentados en la ciudad. Nuestros ricos –los que hicieron su fortuna en casa-, han quedado desfasados. Ya no compiten como antes, cuando solían salir de “compras” y rivalizaba uno con otro adquiriendo dos o tres terrenos en la periferia de la ciudad, con la esperanza de que con el paso de los años adquirieran plusvalía y pudieran venderlo al doble de lo que lo que les había costado.
Hoy la moda es adquirir el terreno (en la mera esquina, claro), tumbar lo que había construido y en un dos por tres construir un negocio en forma. Y eso no cualquiera puede hacerlo. Es mucho dinero como para andarlo presumiendo de esa manera.
Nuestros ricos se han quedado con sus changarritos de antes. Totalmente rebasados, ahora solo ven pasar las carretadas de dinero sin poder siquiera sentir ese enloquecedor aroma al billete que ha pasado ya por varias manos.
Los chetumaleños cada vez vamos perdiendo más y más nuestra capacidad de asombro. Antes, cualquier construcción que se elevará más de dos pisos era algo muy comentado entre sus habitantes. “¡Guaaau, qué ex funcionario estará sacando sus ´ahorros”?, era la pregunta de rigor que flotaba en el ambiente.
Y no faltaban los conocedores del tema que con una extraordinaria combinación de envidia y mala leche abundaran al respecto. En Chetumal, antes, todo se sabía. “Esa casota la está construyendo el titular de tal o cual organismo gubernamental”, era el comentario que iba de persona en persona. “Pues le va muy bien porque yo –decía un rico, de los nuestros-, llevo trabajando 10 años y no he conseguido hacer una parecida”.
Hoy ya nada nos asombra. Pese a que se supone que el mundo está amolado, que el dinero cada vez es más escaso, en Chetumal, al menos –con los políticos ricos-, vemos todo lo contrario.
En el Chetumal de hasta hace algunos años, las esquinas estaban reservadas para los ricachones del patio, eran los únicos que podían llegar y hacerte una oferta. Como no son tan generosos que se diga, uno les contestaba: “lo pensaré, es el único patrimonio que tengo desde hace muchos años”. Sin embargo el dinero contante y sonante hace milagros. Es suficiente con que dos o tres veces el comprador vaya a tu ventana y provoque que el olor del billete te llegue a las narices. Uno siempre termina cediendo al encanto del dinero. El terreno pasaba a manos del interesado, quien le invertía un dinerito extra y construía algún anexo. La fachada sin embargo allí seguía.
Hoy las cosas han cambiado. Llega un poderoso representante de una cadena de negocios y le ofrece al rico de la localidad un buen billete por su esquina y todo lo que allí hay construido. Se hace el trato e inmediatamente la maquinaria entra y derrumba parte de la historia de la ciudad sin miramiento alguno. Al día siguiente usted pasa por el sitio y lo que verá es un moderno edificio desde donde nos tentarán constantemente para ir y dejarles el dinero que para nuestra mala fortuna -¡grr!-, nunca nos tarda más de un día en el bolsillo.
colis2005@yahoo.com.mx