Nicolás Lizama
Siempre he presumido de tener buche de pavo. Mi estómago es a prueba de bombas. Es de hierro, pues.
Es, si acaso, una de las pocas virtudes que la madre natura tuvo a bien depositar en mi persona.
Que recuerde, pocas veces me he enfermado de esa herramienta tan vital para el cuerpo humano.
Pocas veces he tenido que ir al médico quejándome del estómago. Es más, creo que ninguna vez he tenido que pagar para que el galeno me diga qué demonios está sucediendo en el interior de mi buche.
Hace apenas unas horas, sin embargo, me jugó una mala pasada. Sucede que voy a Chedraui y me meto muy campantemente al baño. ¡Auch! Desde que puse un pie en su interior mi nariz comenzó a percibir un intenso olor a popó. La peste era tan intensa que por un momento pensé que en vez de ir al baño, había caído en el interior de un sumidero. Y no fue todo. Ya en el interior, tuve que nadar prácticamente entre los orines que chorreaban del mingitorio.
Jamás había un baño en tan lamentables condiciones. Jamás mi nariz se había inundado de tanta inmundicia.
Como mi vejiga estaba a punto de reventar, aguanté la respiración lo más que pude y penetré para realizar mi necesidad. De pronto mi estómago comenzó a protestar. Me entraron unas ganas inmensas de guacarear. Aguanté a como pude. Mi esfuerzo sobrehumano me costó. Terminé y salí corriendo de allí. Como una especie de pesadilla, la pestilencia me persiguió durante un buen tiempo hasta que por fin se disipó.
No hace mucho tiempo, el propietario de un pequeño restaurancito me comentó sobre los problemas que tuvo con la instancia oficial que se encarga de verificar estos detalles. Tuvo que hacer circo, maroma y teatro para que no le cerraran el changarro.
¿No podrán darse una vuelta por Chedraui?