Nicolás Lizama
La libertad de expresión es una apetecible prostituta. Es una ramera mascando chicle, parada en una esquina. Es una chica de cascos ligeros que se vende al mejor postor.
La libertad de expresión es un convenio de publicidad con varios ceros a la derecha. Es soltar elogios cuando así le conviene a los bolsillos. Es apapachar generosamente a quien ni siquiera se conoce pero que tiene la facultad de firmar los cheques respectivos. La libertad de expresión es una prostituta de dos caras. Es darle palo a quien un día decidió cerrarle la cartera. Es hacerle la vida de cuadritos a quien un buen día decidió expulsarla de su cama para siempre.
La libertad de expresión es una ramera que un día fue la favorita y por lo tanto, secretos de alcoba, se enteró de algunos secretillos de quien la regenteaba. Secretillos que luego se convirtieron en oro molido a la hora de cobrarse las afrentas.
La libertad de expresión es echar la mayor cantidad posible de caca confiando en que algo quedará en el ambiente. Es el despecho de la cortesana que recurre hasta a los brujos más prestigiados con tal de hallar desquite a su dolencia.
La libertad de expresión es una prostituta. ¿Barata o cara? Todo depende. De acuerdo al sapo es la pedrada.
La libertad de expresión es puro cuento. Es lo más manipulable que el mundo ha conocido.