Nicolás Lizama
Es una pena que haya gente egresando de las universidades y no encuentre trabajo de inmediato. Años de estudio se van a la borda cuando de pronto, título bajo el brazo, los jóvenes tocan y tocan puertas sin encontrar la respuesta que le daría un giro completo a sus vidas.
Buscar trabajo en estos tiempos es una tortura. A diferencia de antes, cuando si tenías cualidades eras captado de inmediato, hoy son otras características las que requieren los patrones. Hay tanta gente solicitando un trabajo que los jefes pueden darse el lujo de ponerse remilgosos a la hora de tener a los aspirantes en las narices.
Antes se buscaba un trabajo que estuviera muy bien remunerado. Hoy, con tener un trabajo fijo -¡uf!-, es más que suficiente.
Hoy, quien se pone “vivo” es quien ocupa los trabajos mejor remunerados. Hoy, quien sabe buscar un buen padrino es quien a final de cuentas consigue el objetivo. Y poco importa haberte pasado muchos años en el aula lidiando con la química, la física y las matemáticas. Poco vale el haber ido a la escuela muchas veces con el estómago pegado al espinazo. Poco importa el esfuerzo sobrehumano que hicieron los padres para que el chamaco asistiera a la universidad en busca de un título que luego –hipotéticamente-, le abriría muchas puertas.
Es irónico pero, a veces, eso de conseguir una buena chamba, así como puede ser un objetivo casi imposible de lograr, también –si te pones “vivo”-, puede ser tan fácil como quitarle una paleta a un niño. El chiste es pegarte a uno de esos personajes que casi todo lo pueden y por lo tanto con una simple llamada telefónica pueden abrirte cualquier cerrojo.
El problema es que esos personajes no apadrinan a cualquiera. Tienen sus códigos y no abren la puerta a la primera llamada de auxilio que reciban. Hay que buscarlos y esperar el momento adecuado para que pongan atención a lo que se les dice. Si los encuentras de buenas ya la hiciste. Ellos te recomendarán con el fulano que -¡aleluya!-, emitirá las palabras que desde hace mucho tiempo querías escuchar en boca de quién será tu nuevo jefe: “¡Tráeme tus papeles de inmediato!”.
A mí se me apachurra el sentimiento cuando hago mi alto en el semáforo de la Av. Insurgentes con la “Rojo Gómez” y se me acerca una chica con una lata en la mano solicitando unas monedas para la sobrevivencia de su escuela. Con ellas he comprobado que uno a todo se acostumbra. Al principio se te acercaban con la timidez propia de quien no está acostumbrado a ese tipo de cosas. Ni se les entendía lo que te decían. Hoy, tras varios meses de apostarse en dicha confluencia ya han agarrado experiencia y en unos instantes apenas consiguen que los automovilistas, siempre renuentes a este tipo de apoyos, dejen caer algunas monedas en sus latas.
Ya no es tan fácil sin embargo eso de ablandarle el corazón a los chetumaleños. Nos hemos vuelto demasiado ariscos. En muy poco tiempo hemos creado una coraza que nos permite voltear la cara a otro lado y chiflar muy campantemente cuando de pronto se acerca un limosnero y extiende la mano para que lo socorramos. Eso nos ha permitido que en la mayoría de los casos, en vez de meter velozmente la mano a la cartera, lo primero que se nos venga a la mente sea salir lo más rápidamente posible del atolladero. Sobre todo cuando es demasiado obvio que el personaje que nos pide unas monedas bien podría estar desyerbando algún terreno.
Y se me arruga el sentimiento cuando veo a estas chicas inyectarle oxígeno a su escuela sobre todo porque –pobres-, me las imagino luego ya con el título bajo el brazo yendo del tingo al tango sin conseguir un trabajo fijo.
Cuando las veo ir de carro en carro en carro en su afán de aprovechar al máximo el semáforo cuando se pone en rojo, pienso que no estaría mal que las escuelas de ese tipo –sin un presupuesto decente-, implementaran algún programa para capacitar a sus alumnos en esas cuestiones de plantarte frente a la gente y solicitarle alguna dádiva.
Si los directivos de las escuelas saben que cuando mucho un 20 por ciento de los egresados consigue algún trabajo, no estaría mal que, como una especie de orientación vocacional, les impartieran un semestre de algo que podría llamarse “Como tocar una puerta mil veces sin desfallecer en el intento”. Así los chicos saldrían mejor preparados para afrontar una realidad que es imposible de ocultar. En alguna parte de ese semestre, estaría bien incluir algo que se llame “Como caerle bien a los panes grandes”, que, por supuesto, incluiría las técnicas adecuadas para granjearse la amistad de los personajes todopoderosos que con una simple llamada telefónica podrían darle sentido a los largos años de estudio que te pasaste pegado a los libros como garrapata.
Hace poco conocí a un chico que egresó como profesionista y que ante la falta de empleo labora en lo que sea. Cuando le dije que los protectores de mis ventanas estaban hechos un asco, me respondió, sonrisa de por medio, que le entraba a todo, que el chiste era ganarse unos centavos que le permitieran sobrellevar su condición de desempleado.
Cuando lo veía quitándole afanosamente el óxido a mis ventanas me pegaba duro el sentimiento. Pensé en el título que tiene bajo buen resguardo en casa y que a final de cuentas no le ha servido para nada.
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